Desmontando a Herodes (Primera parte)

Pablo Ozcáriz Gil
Universidad Rey Juan Carlos

Un artículo como éste se justifica por la sorpresa que puede mostrar un ciudadano medio al leer ciertas noticias de la prensa. A los historiadores nos encanta desmitificar, pero a veces es posible que nos pasemos de la raya.


En los últimos años, conforme se acercan las Navidades, se está poniendo de moda dudar de la legitimidad de muchas tradiciones. Parece que si no son “100% originales” o si tienen influencias externas, pasan a formar parte de los “mitos” y de las mentiras de la Historia. Como en nuestra cultura (y en cualquier otra) no existen elementos culturales “puros”, el desmitificar se convierte en una actividad muy agradecida. En realidad, desmitificar cualquier cosa no es ni bueno ni malo, depende de la intención con la que se haga y del rigor que se emplee en ello.


Esta labor debería ser llevada a cabo por los historiadores, quienes también actúan según sus filias y fobias. Según éstas, son más propensos a elevar a un personaje a los altares o a desmitificarlo sin piedad. Pero es que, además, si ese proceso va contra la idea previa que la sociedad tenía de él, resulta más atractivo, pues se convierte en noticia de portada y aumenta mucho el caché del historiador. Este vaivén de transformar a los “buenos” en “malos” y los “malos” en “buenos” tiene su mejor ejemplo en la figura de Nerón, quien ha pasado varias veces de encarnar todos los vicios posibles, a ser un personaje incomprendido, y viceversa. Y recientemente, dentro de esta revisión de las tradiciones navideñas, le ha tocado el turno a la figura de Herodes el Grande, rey de los judíos entre el 37 y el 4 a.C.

El periódico ABC, nada sospechoso de anticlericalismo, publicaba el día 26 de diciembre de 2014 un artículo sobre este personaje, que recoge bastante bien esta postura. En él se afirmaba que, “aunque empleó métodos brutales para mantener el poder”, en realidad no fue “ningún sádico, y no autorizó ninguna matanza de recién nacidos” y que “la expansión económica que vivió la región en esas fechas refrenda que fue un buen administrador”. Según las opiniones que recoge, la matanza de los inocentes se podría haber confundido con alguna otra purga de las que llevó a cabo el monarca. De igual modo, se afirma que si el episodio realmente hubiese acontecido, el historiador Flavio Josefo debería haber hecho mención a esa matanza ya que este autorsiempre presentó a Herodes como un tirano cruel”.

Ante estas afirmaciones, un lector normal llega a la conclusión de que Herodes ha sido maltratado por la tradición y que hemos sido tremendamente injustos con su persona. Mi intención con estas líneas no es demostrar que la matanza de los inocentes es un hecho histórico. Eso es algo imposible, al menos tan imposible como afirmar lo contrario (como por otro lado sí hace el periodista en la entrada de la noticia). Pero creo que sí se debe dejar claro que, según las fuentes de la época, una matanza de ese tipo habría estado a la altura del personaje.

Flavio Josefo, fuente histórica principal para el estudio de Herodes. 

Flavio Josefo, el historiador judío que narra gran parte de la vida de Herodes, expone un relato que incluye sus numerosos crímenes. Los historiadores que han analizado sus obras explican cómo a menudo escoge unos acontecimientos y esconde otros, algo natural si tenemos en cuenta el largo reinado de Herodes y los múltiples acontecimientos ocurridos durante su mandato. Josefo fue bastante crítico con él, pero eso no significa que haya que devaluar demasiado su calidad como fuente histórica, como se hace a veces. Resulta pueril afirmar que, puesto que es una fuente que explica las numerosas barbaridades que cometió, no puede tomarse demasiado en serio. Flavio Josefo tenía acceso a las fuentes de su época y no es, ni mucho menos, un enemigo de la historia judía. Además, a menudo explica y hasta casi justifica los episodios violentos, y ensalza y destaca los grandes logros militares de Herodes con admiración. Josefo creía que cualquier éxito conseguido en esta vida respondía al apoyo directo de Dios, y la vida de Herodes fue un éxito político y militar continuo. En distintos pasajes le dedica frases como “era elogiado como el héroe que les había restituido la paz” o “su natural generosidad y magnificencia para la ciudad (de Jerusalén) y dio satisfacción a sus sentimientos personales (---) dedicando su memoria a las tres personas más queridas (por él), un hermano, un amigo y una esposa" (BI 5, 162). Es calificado como “valiente” y no esconde episodios con los que “adquirió la fama de que era un hombre querido por Dios”, ni ejemplos en los que muestra clemencia y muy buenos sentimientos (BI 1, 341). Por todo ello, el argumento de que, de haber sido real, Josefo no habría ocultado o soslayado el episodio de los inocentes no resulta muy verosímil. Y más cuando la matanza de los inocentes (en el caso de haber ocurrido) habría  afectado a unos 7-20 niños, y ocurrió en una ciudad totalmente irrelevante en ese momento para Josefo. En el apartado personal, no podemos decir que Herodes fuese afortunado, ya que acabó asesinando a su mujer, a tres hijos, a tres cuñados, a su suegra y a otros familiares por intrigas relacionadas con algo que le obsesionó de forma enfermiza: mantenerse en el poder frente a todos y sobre todos.


Una vida rodeada de violencia.

Herodes no era estrictamente judío, sino idumeo. Los idumeos habían sido obligados a convertirse al judaísmo años atrás, bajo el argumento de que eran descendientes de Esaú (aquél que vendió a Jacob su progenitura por un plato de lentejas). Esto le obligó a tener que justificarse continuamente ante su pueblo con obras piadosas que reforzasen su judaísmo y que compensasen sus actos contra la ley judía. La construcción del segundo templo fue sin duda la mayor de todas ellas. Los idumeos no tenían buena fama. Josefo dice de ellos que “con sólo una simple adulación estaban dispuestos a tomar las armas e ir a la guerra, como si se tratara de una fiesta” y que tenían una “natural crueldad para matar”. Nada más ser nombrado gobernador de Galilea por Julio César –según Josefo cuando tenía 15 años (BI 14, 158) - emprendió una intensa labor militar, en la que demostró su calidad como estratega y una acusada falta de escrúpulos para conseguir sus objetivos. Esta labor no terminará hasta eliminar hasta el último enemigo y descendiente de la monarquía asmonea que había reinado hasta entonces. Durante sus innumerables batallas ejecutó a miles de enemigos, al igual que habrían hecho éstos si el resultado hubiese sido el contrario. No era un mundo para almas delicadas (continuará la semana que viene).

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