¿La Historia pone a cada uno en su sitio? El caso de Pirro de Epiro (I)

Pablo Ozcáriz Gil
Universidad Rey Juan Carlos (publicado previamente en vavel.com)

Algunos grandes personajes de la Historia nunca han ocupado el lugar que les corresponde. El caso de Pirro es un claro ejemplo. Siempre será recordado por su derrota frente a Roma, pero en realidad ese episodio fue uno más de su intensa vida.


Moneda de plata emitida por Pirro


El lector puede buscar en el apartado de noticias de Google la frase "La historia (o el tiempo) pone a cada uno en su sitio" y verá que en la actualidad es una de las frases más utilizadas para expresar la impotencia que se siente ante la injusticia. En mi caso aparecieron desde Jesulín de Ubrique hasta Joan Laporta, pasando por la presidenta del Partido Popular catalán. No es una moda nueva. Antes, otros personajes como Voltaire señalaron que el tiempo es justiciero y pone cada cosa en su lugar. Sin embargo, para desgracia de todos ellos, me temo que esta máxima no siempre se cumple. Los historiadores somos los encargados de estudiar aquello que pasó en el tiempo y, debido a nuestras limitaciones, a menudo nos equivocamos. Como ya mencioné en un artículo anterior, la falta de fuentes históricas (y nuestra propia humanidad) provoca que a veces elevemos a los altares a personas mediocres y olvidemos a los verdaderos responsables de los actos históricos. Habría cientos de ejemplos. El propio Nerón ha pasado varias veces de ser la encarnación del demonio, a ser un esforzado y problemático joven incomprendido, digno de lástima. Quizás uno de los casos más llamativos de que el tiempo y la Historia por sí solos no corrigen nada sea el de Ricardo Corazón de León. Un personaje cruel, despiadado, al que no le interesaba para nada Inglaterra. No hablaba inglés y pasó allí sólo unos pocos meses de su vida, ya que prefería residir en sus territorios en Francia. Pero ha pasado a la historia como el idílico rey medieval encarnado en el cine por Sean Connery. En otras ocasiones, no se trata de juzgar bien o mal a un personaje, sino de no prestarle la atención merecida de forma poco justificada.


Pirro de Epiro
Algo parecido ha pasado con Pirro de Epiro. Cualquier manual básico de Historia antigua señala que en el año 281 Roma se enfrentó, por primera vez, a un enemigo algo exótico, llegado de fuera del territorio de la actual Italia. Y le venció como luego haría con cartagineses, hispanos, y muchos otros. Sin embargo, este episodio fue sólo uno más de la vida de Pirro, plagada de escenas propias de una película de Hollywood, con iniciativas heroicas, aventuras y empresas militares. Al contrario que otros grandes generales idealizados y conocidos por todos, su vida contó con grandes victorias y grandes derrotas, aciertos geniales y errores clamorosos, situaciones que salvó gracias a una llamativa buena suerte y momentos en los que la suerte le abandonó sin piedad. Todos estos elementos se mezclaron en una vida sorprendente, que hizo que Plutarco le considerase como uno de los grandes hombres de la Historia, dedicándole una de sus Vidas Paralelas.

Pirro era un personaje típico de época helenística y estaba emparentado con el propio Alejandro Magno. Su padre era monarca del reino de Epiro, localizado en Grecia, cerca de la frontera con la actual Albania. Las emociones fuertes en su vida comenzaron al poco de nacer. Cuando era un bebé su padre fue destronado y, como era costumbre en la Antigüedad, una de las primeras acciones que debía llevar a cabo cualquier conspirador que se preciase de serlo era la de acabar con los hijos del rey. No se podían dejar cabos sueltos para el futuro. Como se dice en la película de El Padrino, “no es nada personal, se trata sólo de negocios”. La razón de hacerlo era que, si sobrevivían, se podían convertir en un peligro para el futuro: pocos ejemplos mejores que el de Pirro. Un grupo de leales se propuso que esa máxima no se cumpliese, protegiendo al hijo del rey, que por entonces apenas gateaba.

La escena que cuenta Plutarco (Pirro, ap. 2) está plagada de tensión, acción y emoción, muy compatible con una banda sonora como la de Gladiator, El Último Mohicano o Los Piratas del Caribe: en el momento en el que el rey es destronado y comienza la matanza de sus allegados, unos jóvenes rescataron a Pirro y a sus nodrizas, emprendiendo una fuga desesperada. Los perseguidores les pisaban los talones, pero los fugitivos resistían con valentía y continuaban su huida. Después de todo el día de fuga y persecución, por la noche, cuando los perseguidores se acercaban, llegaron a un gran río que les cortaba el paso y toda esperanza de escapar. La fuerte corriente impedía cruzarlo y, aunque pudieron ver al otro lado a algunos habitantes de la zona, los gritos, señales de ayuda y cualquier otro intento de comunicación fue imposible, debido la oscuridad y al ruido del caudaloso río. Hacían gestos de desesperación y levantaban al niño en brazos, con la esperanza de que lo pudiesen reconocer, pero sólo un milagro habría permitido que los de la otra orilla entendiesen la situación. Habrían sido derrotados allí mismo si no fuese porque a uno de los fieles a Pirro se le ocurrió arrancar una corteza de encina, y en su interior escribió con el clavo de una hebilla, quiénes eran y cuál era su situación. Pusieron peso a la tabla y la lanzaron al otro lado. Los lugareños, cuando entendieron lo que ocurría y quién era el niño, ataron inmediatamente algunos troncos y pudieron pasar a la otra orilla, rescatando al niño y llevándolo inmediatamente al rey Glaucias, cuyo reino se encontraba al norte de Epiro. Glaucias lo acogió y crió junto a sus propios hijos.

Por tanto, ya desde bebé su vida fue un torrente de acontecimientos bélicos y políticos que pueden aturullar al lector: Glaucias esperó a que Pirro cumpliese los 12 años para invadir Epiro y colocarle como rey. Como todo lo que tuvo que ver con Pirro, ni siquiera durante su adolescencia la situación permaneció demasiado tiempo tranquila. Cuando tenía 17 años, los Molosos, la misma tribu que había derrocado a su padre, se volvió a rebelar. En ese momento Pirro se encontraba de viaje en la boda de uno de sus hermanos adoptivos. Gracias a esa circunstancia no fue asesinado, pero se encontró sin reino ni poder alguno.

Al igual que en la actualidad, en momentos así la familia resultaba de gran ayuda, con lo que decidió ponerse al servicio de su cuñado, Demetrio, en una campaña militar que se llevó a cabo en Asia. Allí se forjó como un gran militar, luchando en primera línea y dando ejemplo de su valor. Demetrio fue derrotado, pero la valentía del joven Pirro tuvo mucho que ver en que no se tratase de una gran derrota.

Rehén voluntario en Egipto
La leyenda y la genial personalidad de Pirro surgió, una vez más, en los episodios que siguieron a continuación: Tras la derrota, el faraón Ptolomeo quería asegurarse que en el futuro Demetrio no volviera a causarle problemas, con lo que le exigió el envío de rehenes. La figura del rehén era muy delicada, ya que si Demetrio no cumplía con lo pactado, Ptolomeo los ejecutaría. Por esa razón los rehenes se solían elegir siempre con miedo, dolor y rechazo del elegido. Pero Pirro, en un acto de valentía quijotesca, se presentó como voluntario para ir a Egipto.

Cualquier otro rehén habría permanecido de forma discreta, esperando el fin de su retención, pero él convirtió esa crisis en una oportunidad para relanzar su carrera: se hizo con el favor incondicional del faraón, se casó con la hija del primer matrimonio de la mujer de Ptolomeo, y consiguió que le diesen una flota y un ejército que empleó para reconquistar el reino que legítimamente le correspondía: Epiro. El éxito es de los audaces, y Pirro siguió esta máxima hasta el final de su vida. Sin embargo, todavía faltaba mucho para ese momento (continuará...).

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